Todo empezó cuando esos hijos de puta entraron a robar a casa.
Recuerdo exactamente cómo fue todo, aunque mi vieja dice que yo no lo presencié, que estábamos escondidos en el baño.
Después lo vi a él varias veces.
Aunque no lo esté pensando, aparece igual.
Tiene el pelo largo, una campera deportiva y siempre me saluda con el arma en la mano, como si la tuviera pegada.
Me pasó volviendo tarde de la plaza, cuando jugaba a la pelota con mis amigos.
Me pasó cuando pescaba con otro grupo: se apareció entre los árboles y me saludó.
Me pasó el otro día, cuando estaba en el auto esperando a que saliera la chica que fui a buscar.
Pero esta vez no sentí esa parálisis que solía sentir. Salí a correrlo con el auto. Lo vi doblar la esquina, pero cuando llegué, se había esfumado. Se perdió entre unas bolsas de basura apiladas.
Bajé del auto, pateé las bolsas, pero ya no estaba.
Volví a buscar a la chica. Se molestó un poco, o le pareció raro, pero por suerte después no hablamos más del tema.
Hoy volví a salir con ella, pero fue distinto. Cenamos rápido, hablamos poco. Estaba cansada por los parciales, y yo distraído.
A veces me pasa: los pensamientos me secuestran la cabeza y me quedo callado, como si fuera tímido o estuviera agotado.
No es lo que quiero mostrarle.
Y en ese momento ni siquiera estaba pensando en nada.
Pero cuando volvía a casa solo, pensando en eso, recordé la primera vez que la vi a ella… y la última vez que lo vi a él.
Pensaba que tenía que revisar el libro, asegurarme de que todo siga bien.
Llegué y detrás de la tele del living estaba el libro. Lo saqué y me puse a confirmar todo.
Siempre lo veo de noche, entre las nueve y las once.
Los encuentros son esporádicos, pero cuando aparece una vez, suelen venir dos o tres seguidas. Después desaparece por un tiempo largo.
Nunca olvido la primera vez.
Después de verlo caminando de vuelta de la plaza, lo vi al día siguiente: pasó delante mío, pero cuando pestañeé, se transformó en otra persona.
Tres días después me desperté en medio de la noche y lo vi en la ventana de mi casa.
Esa fue una de las peores veces.
También parece que aparece cerca de cuando consumo algo.
La primera vez fue con mi primer cigarrillo.
Después, cuando había tomado alcohol con unos amigos, o fumado un porro, no me acuerdo bien.
Pero cuando lo veo, nunca estoy bajo los efectos de nada. Es como si viniera después, cuando todo ya se me pasó.
Si todo sale bien, voy a verlo esta vez.
La última vez corrió, pero esta no va a escapar.
Tengo un cronómetro digital que corre desde la última vez que lo vi.
Si llega a escaparse de nuevo, voy a tener un registro aproximado de cuándo vuelve.
Y tengo la nueve cargada en el auto.
No va a escaparse esta vez.
Hoy voy a probar.
Salí del trabajo a las ocho y media, cerramos el local y me subí al auto.
Si mi memoria no falla, hoy puede ser uno de esos días.
Me tomé dos latas de cerveza con un compañero mientras trabajábamos. Me mareó un poco, pero ya se me pasó.
Está todo bastante dado para encontrarlo.
Di unas vueltas por el barrio. Me alejé hacia una plaza. Compré un par de paquetes de cigarrillos para hacer guardia desde el auto. Me siento un detective de una película.
Son las tres de la mañana. Me fui para un lugar más céntrico, pero las calles están vacías.
Voy a volver. Cuando sean las cuatro estaré de nuevo en la plaza, dando unas vueltas más.
Son las seis. Últimamente amanece más tarde.
Cuando salgan los primeros rayos me voy a dormir algo.
Mañana tengo franco, así que puedo descansar y prepararme para la noche.
Doy una vuelta más a la plaza y vuelvo.
Doblo por la calle de mi casa. Apenas dejo atrás la plaza, lo veo.
El hijo de puta ya está corriendo, en dirección contraria a la mía.
Freno el auto de golpe y bajo corriendo para perseguirlo.
El muy forro se da media vuelta para saludarme, con esa cara de mierda y el arma en la mano.
Pude meterle dos tiros antes de que caiga al suelo.
Lástima que justo asomaron los primeros rayos del sol.
El hijo de puta alcanzó a cambiar de cuerpo.
Con el cuerpo de Romina.
No puedo creerlo. Otra vez me hizo perder a una de las personas que más quería.
Creo que ya estoy cansado.
Creo que ya no quiero más esto.
Solo quiero poder llorar a Romina. Llorar a mi padre. Llorar por mí.
La abrazo y veo cómo se escurre entre mis manos.
Lloro litros de agua que caen sobre ella y se mezclan, se vuelven un líquido espeso que no puedo sostener.
Intento meterlo en mi cuerpo, pero se cae y desaparece.
Escucho los gritos a lo lejos, los perros, la estática, ese ruido que nunca para.
Algo toca mi hombro y me doy vuelta por reflejo.
Ahí está él, en la otra esquina, saludándome.
Nunca lo había visto de día.
